BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

LA RESPONSABILIDAD EDUCATIVA

Históricamente se sabe que la educación no siempre ha estado al alcance de toda la población, tampoco las bibliotecas. En tiempos de la colonia, la cual padecieron todos los pueblos de América Latina y el Caribe, el monopolio del proceso educativo estuvo en manos del clero. Consecuentemente los servicios bibliotecarios coloniales solamente estuvieron a disposición de ciertos grupos privilegiados. Las bibliotecas que apoyaron la educación bajo el esquema del yugo colonial se concentraron en colegios religiosos, en espacios clericales como conventos y monasterios. La responsabilidad educativa en esos tiempos, si así se puede considerar, se limitó a mantener el sistema social imperante. Así que el proyecto de biblioteca escolar, en el marco de la escuela moderna, tiene poco más de un siglo (Bonilla, 2008: 52).

La biblioteca, a partir del siglo XX, comenzó a estar ligada a la escuela. Institución que por antonomasia ha venido proyectando el proceso de educación al servicio de la nación. Por esto es importante reflexionar en torno a la responsabilidad educativa del personal bibliotecario, pues este cometido no se limita a satisfacer las necesidades escolares de información del personal docente en tanto involucra también a la comunidad estudiantil. El binomio escuela-biblioteca ha sido, es y será un elemento social fundamental de los pueblos civilizados. La lectura, proceso básico para enseñar a pensar de manera sistemática y crítica, es la práctica que debe fomentar con especial énfasis el servicio de biblioteca escolar, en el entendido que este espacio “debe ser un centro dinámico” y “un servicio activo [en] el entorno sociocultural del centro educativo” (Arguedas-Valverde, 2013: 115). 

Como se sabe, la función de educación ha sido tradicionalmente atribuida a las bibliotecas en general y a las bibliotecas escolares en particular. En efecto, el servicio de biblioteca, como servicio público, se basa en el apoyo que otorga tanto a la educación formal como a la educación informal. Así, en el proceso de enseñanza-aprendizaje, que se lleva a cabo en el marco del sistema nacional de educación, el personal bibliotecario, elemento que encarna el sistema nacional de bibliotecas, tiene el deber de cooperar con los planes de estudios que se imparten en las instituciones educativas, desde el nivel básico hasta el nivel superior. Pero no es solamente cometido de las bibliotecas que pertenecen a escuelas, colegios y universidades, sino que también esta responsabilidad educativa concierne a las bibliotecas públicas, especializadas y nacionales. Es decir, como se aseveró hace más de cuatro décadas en torno al papel que los centros bibliotecarios tienen frente a la educación, “todas las bibliotecas deben asumir en nuestra época una actitud de compromiso social” ante “las responsabilidades que como agente educativo le competen” (Casa, 1974: 24 y 26) al personal bibliotecario en una sociedad donde la transmisión, la creación y la adquisición de conocimientos son asuntos esenciales.

En concordancia con el conjunto tradicional de tipos de bibliotecas, podemos observar que el personal que hace funcionar las bibliotecas escolares, universitarias o académicas es el que tiene, con mayor claridad, esta naturaleza de responsabilidad. Sin embargo, quienes laboran en sistemas de bibliotecas públicas, especializadas y nacionales también deben estar comprometidos con el valor y la práctica de la educación. Y quienes tienen a cargo los sistemas nacionales de educación deben involucrarse con el eficaz desarrollo de la biblioteconomía, esto es, con todo lo que atañe a la práctica bibliotecaria que se constituye como servicio al público. Se trata entonces de una corresponsabilidad educativa configurada mediante la relación profesor-bibliotecario, pues en esencia “la biblioteca, de todos sus tipos, aparece como coadyuvante directo de la labor educativa” (Casa, 1974: 73), como una eficaz colaboradora del trabajo docente. 

La educación permanente o el aprendizaje a lo largo de toda la vida es un asunto correlativo de la educación escolarizada. Una y otra tienen el compromiso de apoyar en las diferentes etapas o momentos que transcurre la vida humana: la educación, el empleo, el esparcimiento y la jubilación. Si la educación continua está presente en todas las edades del ser humano, entonces los servicios bibliotecarios y de información pueden y deben ser recursos puntales en este proceso. Un fenómeno esencial que ha venido a resaltar la relevancia del servicio de biblioteca, en el ámbito del aprendizaje a lo largo de toda la vida, es la narrativa de la sociedad del conocimiento. A estas alturas del siglo XXI no se concibe el desenvolvimiento y la consolidación de esta sociedad sin el fundamental recurso que seleccionan, adquieren, organizan y circulan los diferentes sistemas bibliotecarios: la información concentrada en una gran gama de documentos impresos y electrónicos. Quizás sea el personal que labora en las bibliotecas públicas al que le corresponde hacer efectivo el derecho que tiene todo individuo de recibir educación durante toda la vida, pues como se afirmaría hace tiempo en relación con estos espacios de servicio de lectura pública: “son uno de los soportes más importantes para el proceso de la educación permanente” (Casa, 1974: 75). 

A partir de la mitad del siglo XIX, el prestigio social de la biblioteca se ha cimentado en el apoyo que ha brindado, a través de sus colecciones y servicios, al paradigma correspondiente a la estructura de la instrucción pública; y a partir del siglo XX al modelo de educación pública. En este sentido, la responsabilidad educativa del personal bibliotecario adquiere una responsabilidad política cuando se infiere la necesidad de educar a todos en materia de formación ciudadana, es decir: “La educación tiene un papel fundamental en la construcción social de la ciudadanía” (López y Vellosillo, 2008: 14). Si la base de la educación ciudadana se adquiere en los niveles de la educación básica (preescolar, primaria y secundaria), entonces el personal que labora en las bibliotecas escolares y públicas es el que tiene la obligación educativo-ciudadana de contribuir a formar, en las diferentes etapas de la niñez y adolescencia, a los futuros ciudadanos. El Manifiesto de la biblioteca escolar es lo suficientemente elocuente al enunciar que este recinto “dota a los estudiantes con los instrumentos que les permitirán aprender a lo largo de toda su vida y desarrollar su imaginación, haciendo posible que lleguen a ser ciudadanos responsables” (IFLA/UNESCO School Library Manifesto, 1999). Entonces podemos estar de acuerdo con la idea: la ciudadanía juiciosa y consciente de sus deberes y derechos se forma con base en la educación que recibe. 

La educación cívica, por ejemplo, no puede reducirse a lo que el personal docente transmite en las aulas, no tienen tampoco los profesores que limitarse a los libros de texto. Esta naturaleza de educación debe, sin duda, apoyarse en los acervos y servicios que ofrecen esos dos tipos de bibliotecas. Desde esta perspectiva, quienes se empeñan en hacer funcionar el nexo escuela-biblioteca es menester que no pierdan de vista que “tienen el cometido fundamental de integrar a los individuos en la sociedad democrática” (López y Vellosillo, 2008: 13). Así que la responsabilidad educativa se articula con las responsabilidades social, cívica, ciudadana y democrática de quienes encarnan las bibliotecas que se hallan enclavadas en las diferentes esferas institucionales de la educación. Así que al personal bibliotecario, en contexto escolar, le atañe infundir a estudiantes y profesores “el espíritu de civismo basado en el respeto a los derechos de los demás […]. En este sentido, el bibliotecario puede convertirse en uno de los mejores maestros de civismo y comportamiento social en toda la escuela” (Gardiner, 1967:53). Asunto que debe volver a considerarse con la seriedad que se exige en estos tiempos en virtud que la sociedad se encuentra, en varias latitudes, en un estado de clara descomposición o retroceso debido a la falta de una ética del deber, y a las prácticas de conductas contrarias al bienestar social.

Consecuentemente la responsabilidad que nos ocupa adquiere también una clara dimensión política, pues es tarea de la biblioteca escolar hacer realidad “la idea de que la libertad intelectual y el acceso a la información son indispensables para adquirir una ciudadanía responsable y participativa en una democracia” (IFLA/UNESCO School Library Manifesto, 1999). De tal suerte que uno de los objetivos de la responsabilidad educativa del personal bibliotecario, en el complejo contexto del proceso enseñanza-aprendizaje, es favorecer la formación de una ciudadanía capaz de forjar una potente democracia participativa, la cual sea el motor y el timón de la democracia representativa. En esta contextura, uno de los objetivos de la biblioteca que se puntualizó desde el pasado siglo, en el marco de la escuela moderna, es: “Desarrollar el sentido de la responsabilidad, habituando a los niños a compartir un patrimonio común, a respetar los derechos de los demás y a observar los principios democráticos” (Douglas, 1961: 15). Es necesario también familiarizar a los profesores en el uso sistemático y permanente de la biblioteca escolar, con el fin de que adquieran y consoliden esos y otros valores en el marco de su comportamiento ético-político-docente. 

Ser políticamente responsable en materia de servicios bibliotecarios, para coadyuvar así en la construcción de tal naturaleza de ciudadanía, implica reconocer, practicar y transmitir principios y valores adheridos al fenómeno social y político de la democracia, tales como la libertad, la igualdad, la justicia, el respeto, la tolerancia y la solidaridad, entre otros. La biblioteca es una de las instituciones que debe y puede propiciar comportamientos cívicos en virtud que, en el caso de la biblioteca escolar, “el alumno se habitúa al uso de un centro público, con normas que imponen el respeto al trabajo ajeno y unas costumbres que exigen el respeto al bien común y a la comunidad” (Marzal, 1991: 21). Este mismo perfil es viable extrapolarlo a todas aquellas bibliotecas de carácter institucional, particularmente las que se hallan diseminadas en los sectores público y social. 

Aunque los libros y las bibliotecas han estado asociados al proceso de la enseñanza (esfera docente) y el aprendizaje (esfera estudiantil), la presencia y el eficaz funcionamiento de la biblioteca escolar sigue siendo un elemento pendiente de creación y desarrollo en muchos contextos, y de consolidación en otros. Hace diez años se afirmó que en “Iberoamérica está aún lejos de lograr que cada escuela obligatoria cuente con una buena biblioteca escolar y con el personal necesario para garantizar su buen funcionamiento” (Bonilla, 2008: 54). De tal modo,

la desigualdad que refleja la situación de las bibliotecas escolares en los países más desarrollados bibliotecariamente y los que menos, no deja de agigantarse. En la mayor parte de los países la biblioteca escolar no termina de nacer […] así, el concepto social de biblioteca escolar es inexistente o muy pobre, nunca es concebida como herramienta, inimaginable que pueda ser herramienta poderosa (Salaberria, 2008: 49). 

Así que a pesar de la universalización de la escolarización dedicada a la niñez y adolescencia, y de los esfuerzos realizados en la materia durante el tiempo transcurrido, la responsabilidad educativa, con perspectiva bibliotecaria escolar, no se ha logrado cumplir cabalmente en las primeras décadas del siglo XXI. 

Por otra parte, la responsabilidad educativa del personal bibliotecario implica pensar que el servicio de biblioteca, sea pública, escolar, académica o de otro tipo, no solamente debe apoyar el trabajo de escolarización de los estudiantes, sino también colaborar, con particular énfasis, en el quehacer que entraña educación. En este sentido el concepto de escolarización se confunde a veces con la noción de educación, pero no es lo mismo, aunque muchos así lo crean. Argüelles (2017: 60) explica la diferencia:

Si partimos de las definiciones básicas de educación y escolarización, sabremos que “educar” tiene que ver con dirigir, encaminar, guiar a las personas en el desarrollo y perfeccionamiento de sus facultades intelectuales y morales, mientras que “escolarizar” es algo mucho más simple y llano: proporcionar escuela. Siendo así las cosas, se puede dar escuela a la gente sin exactamente educarla, o bien educándola de modo tan deficiente y tan limitado y precario que la educación prácticamente no se haga evidente. La educación, cuando ejerce sus potestades, transforma radicalmente a las personas: las dota no sólo de escuela, sino también de capacidades nuevas, de entendimiento más amplio, de comprensión de la realidad, de sentido ético y de tolerancia, y desarrolla el intelecto y la sensibilidad de tal manera que hay una diferencia notoria, visible, entre tener educación o no tenerla. 

Si bien la escolarización es un término correlativo de la palabra educación, la diferencia entre estos vocablos consiste entonces en reconocer la necesidad de educar para transformar al ser humano en un ente social comprometido con su comunidad, esto es, para: cambiar o mejorar sus hábitos, reformar su percepción de la realidad, modificar su concepto del mundo, forjar su voluntad autodidacta, desarrollar su inteligencia, formar su pensamiento crítico, moldear su espíritu democrático, para ayudarle así a construir una mejor sociedad en la que vive; y no solamente para certificar su dominio de conocimientos y habilidades que le permita avanzar de los niveles básicos a los niveles medio superior y superior de escolarización, con la finalidad de desarrollarse técnicamente y así lograr modificar su estatus socioeconómico. En este orden de ideas, el personal bibliotecario tiene que poner mucha atención para no perder la justa perspectiva de lo que implica practicar una plena responsabilidad educativa. 

Referencias

Arguedas-Valverde, A. J. (2013). La biblioteca escolar como recurso pedagógico en función de un proyecto educativo. Acta Académica. 53, 113-122

Argüelles, J. D. (2017). Por una universidad lectora: y otras lecturas sobre la lectura en la escuela. México: Laberintos Ediciones.

Bonilla Rius, E. (2008). Logro académico y bibliotecas escolares: estudios cualitativos y cuantitativos. En E. Bonilla, D. Goldin y R. Salaberria, coords. Bibliotecas y escuelas: retos y desafíos en la sociedad del conocimiento (pp. 52-76). México: Océano Travesía. 

Casa Tirao, B. (1974). Bibliotecas y educación. México: Centro para el Estudios de Medios y Procedimientos Avanzados de la Educación. 

Douglas, M. P. (1961). La biblioteca de la escuela primaria y sus servicios. París: UNESCO. 

Gardiner, J. (1967). Servicio bibliotecario en la escuela elemental. 2ª. Ed. México: Editorial Pax-México, Libraría Carlos Cesarman. 

IFLA/UNESCO School Library Manifesto (1999). Fecha de consulta: 10 de julio de 2018. URL: https://www.ifla.org/node/7273

López López, P., Vellosillo González, I. (2008). Educación para la ciudadanía y la biblioteca escolar. Gijón, Asturias: Ediciones Trea. 

Marzal García-Quismondo, M. A. (1991). La biblioteca de centro a la biblioteca de aula. Madrid: Editorial Castalia.

Salaberria, R. (2008). La biblioteca escolar y sus conjugaciones. En E. Bonilla, D. Goldin y R. Salaberria, coords. Bibliotecas y escuelas: retos y desafíos en la sociedad del conocimiento (pp. 35-51). México: Océano Travesía.


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.