BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

LENGUAJE, EDUCACIÓN, PODER Y ESTADO: ESTRUCTURA IDEOLÓGICA PREHISPÁNICA

Desde tiempos remotos, el poder en sus diferentes aristas, tales como el poder del Estado, el poder de la política, el poder del espíritu y el poder de la imaginación humana tiene una base cognitiva fundamental: el poder de la palabra. Todos los actos humanos están estrechamente vinculados y articulados por el lenguaje oral y escrito. No hay ejercicio de poder posible sin lenguaje, pues la política-poder del Estado, por ejemplo, es un ejercicio sistemático y continuo mediante el lenguaje, a través del cual se expresa los valores y principios, las creencias y capacidades, los entornos y comportamientos, las normas y condiciones, los conceptos, pensamientos y actos, las relaciones sociales y sus vicisitudes, etcétera. El poder del lenguaje es la piedra angular donde se cimienta todo el saber. Poder que no pasó inadvertido para las civilizaciones asentadas en Mesoamérica. Así, en la esfera de la educación, a dos tipos de instituciones educativas en el mundo antiguo náhuatl, respondieron dos maneras de lenguaje. Una forma respondía al habla del vulgo; en tanto la otra a la elegancia y exquisitez de comportamiento y refinamiento respecto a la concepción de ideas y creación de razonamientos extraordinarios, esto es:

 

[...] el macehuallatolli, o forma de hablar de la gente del pueblo, y el tecpillatolli, expresión cuidadosa de los sabios y poetas. Era precisamente en los centros superiores de educación, en los llamados calmécac, en donde se enseñaba a los jóvenes, entre otras cosas, el lenguaje noble y la expresión cuidadosa. [...] Así era como los estudiantes de los calmécac iban adiestrándose, guiados por los viejos maestros de la palabra, en el arte del bien decir. (León-Portilla; 1980, pp. 200-201).     

 

Las raíces profundas del tecpillatolli permiten distinguir el poder del lenguaje pero también el lenguaje del poder en Mesoamérica. Consecuentemente, la educación del lenguaje, el arte de la metáfora, las formas de expresión a través de acertijos que se imponían entre los miembros provenientes de la elite gobernante, fue un proceso de enseñanza-aprendizaje cuidadoso que caracterizó a las escuelas denominadas calmécac. El lenguaje refinado, el in qualli tlatolli, el buen lenguaje, pues fue la forma de expresión del poder político-religioso de los grupos dirigentes, el cual refleja, desde otro vértice, la estratificación social o la división de la sociedad mesoamericana que existió, siendo la más evidente la que se generó entre los nobles (pipiltin) y la gente común (macehualli).

 

Lenguaje que, a través de los siglos, legitimó creencias y concepciones generadas entre el reducido grupo gobernante para crear el poder ideológico que permitiera producir y reproducir las normas de la estructura social nativa, esto es, la organización ideológica que normó las relaciones sociales entre los grupos sociales y las instituciones sociales de aquella época. Organización que configuró el dominio político de las elites de Mesoamérica hasta la invasión española. El nexo lenguaje y poder, encarnado en las figuras de los escribas y sacerdotes e institucionalizado en escuelas y templos, es explícito cuando el historiador Florescano avizora:

 

Del mismo modo que sus antepasados zapotecas, mayas y mixtecos, los mexicas hicieron del lenguaje del poder un lenguaje esotérico y elegante, reservado a la gente noble, muy distinto al náhuatl que hablaba el pueblo llano. A semejanza del lenguaje de Teotihuacan, el de los nobles nahuas era un lenguaje florido, tejido de metáforas y giros lingüísticos, que sólo lograban dominar quienes desde niños aprendían sus secretos. El calmécac era la escuela donde la gente noble se adiestraba en el conocimiento minucioso del lenguaje oral y escrito y accedía a los misterios del antiguo lenguaje de Tulán. La enseñanza y el aprendizaje del lenguaje de Tulán Zuyuá [un lenguaje metafórico mencionado en el Popol Vuh] eran privilegio exclusivo de la gente noble. (Florescano; 1999, p. 208).

 

En relación con la cultura oral practicada en el centro del México prehispánico, Gruzinski distingue dos grandes géneros, numerosos y contrastantes: los cuicatl y los tlahtolli.

 

Los primeros designaban los cantos de guerra, las canciones de “amistad, de amor y de muerte”, himnos dedicados a los dioses, poemas en los que se aliaban la especulación intelectual y metafísica. En cambio los tlahtolli se vinculaban al terreno del relato, de la narración, del discurso y de la arenga: en ellas se encontraban por igual “las palabras divinas” (teotlahtolli), que hablaban de la gesta de los dioses, los orígenes, la cosmogonía, los cultos y los ritos; los “relatos sobre las cosas antiguas”, de tono histórico; las fábulas, las zazanilli; y las famosas huehuehtlahtolli, las “palabras antiguas”, aquellos elegantes discursos que trataban de las más diversas materias: el poder, el círculo doméstico, la educación y los dioses. (Gruzinski; 1991, p. 18).

 

En torno de ambas especies de transmisión oral, se trató de compartir un espacio de interacción directa; de perpetuar las tradiciones y experiencias mediante la transmisión oral generacional, aunque circunscrito en el marco de esta práctica dentro de los límites que la memoria permite. Para tal efecto, seguramente los antiguos mexicanos debieron recurrir a una serie de modos mnemotécnicos rítmicos, acumulativos, fijos o repetitivos. La oralidad, desde épocas remotas, como fuente de transmisión de conocimientos representó entonces uno de los medios formidables para lograr comunicarse y se configuró, posteriormente, como una fuente de información importarte para el conocimiento de la historia sobre esos pueblos prehispánicos.

 

Es claro que la cultura oral no siempre camino sola, pues la cultura escrita, en su lento transitar, se adhirió, fortaleció y modificó a la primera, pero es evidente que el lenguaje escrito-pintado, no reemplazó totalmente a la oralidad indígena; así como el idioma de los vencedores no eliminó de manera definitiva el lenguaje oral y escrito de los vencidos, por el contrario, ambos se enriquecieron complementándose con el paso de los siglos. Un indicio es la riqueza que hoy en día representa la lengua náhuatl, la lingua franca de Mesoamérica,  como idioma vivo y las aportaciones lingüísticas que ha hecho al español de México mediante palabras que provienen, en efecto, en gran número de la expresión verbal náhuatl.         

 

El complejo nexo entre la cultura oral y la cultura escrita, unidad que articula escritura-lenguaje-ideología-poder, en la esfera del Estado nativo, denota no solamente tradición, sino también subordinación, privilegio y expresión exclusiva; esto se advierte cuando leemos acerca de esta relación:

 

Esta distinción entre el registro pictográfico y los cantos que transmitían lo escrito en los códices, remite a un proceso cultural donde el discurso escrito y el discurso oral aún estaban mezclados, sin que uno obrara con independencia del otro. Es decir, la cultura oral no era la dominante ni descansaba sólo en la memoria, pues era guiada por el registro pictográfico. A su vez, la lectura de los registros pictográficos sólo era accesible al reducido grupo de sacerdotes y altos funcionarios, de manera que se requería forzosamente del discurso oral para que su contenido fuera divulgado a sectores más amplios de la sociedad. (Florescano; 1999, p. 211).

 

La escritura, mecanismo para modelar la realidad y la existencia, fue desde sus etapas tempranas una especie de código social que requirió ser leída e interpretada, ya para comprender la experiencia humana, ya para vincular la vida con el mundo de los dioses. Actos que demuestran, a través de los patrimonios orales y pintados que nos legaron, la capacidad intelectual alcanzada por aquellos pueblos mesoamericanos para reaccionar y responder con éxito a los desafíos que les imponía la vida cotidiana. La expresión pictográfica prehispánica, a partir de sus albores, nos ofrece claros testimonios de las necesidades que aquellas civilizaciones manifestaban con respecto al universo insólito y hostil.

 

En esta tesitura, esos antiguos pobladores a la palabra escrita le atribuyeron caracteres mágicos, religiosos o divinos. Por esto, esa expresión, como fenómeno social, proyecta superioridad, poder, distinción y misterio. Ciertamente la escritura, como un componente fundamental para comunicar las ideas y los pensamientos, ayudó a enfrentar al olvido con el apoyo de lo implicaba, como se ha aducido, el arduo mecanismo de la memorización. Las características de hegemonía y rango de la expresión escrita se entienden explícitamente cuando se aprecia:

 

El nacimiento de la escritura, implicó la subordinación a ella de los otros lenguajes. Los lenguajes que antes se expresaban con autonomía a través del rito, la imagen, el canto o el mito, fueron obligados a traducir con fidelidad el mensaje escrito en los glifos o en las pictografías. [...]

Para mantener su condición del lenguaje exclusivo de los gobernantes, la escritura se transformó en un discurso técnicamente complejo, difícil de aprender y manejar, y poblado de metáforas obscuras. Su aprendizaje requirió un empeño prolongado y su acceso se limitó al linaje de los nobles. Desde sus orígenes, la escritura fue concebida para ser manejada por unos cuantos y por esa razón sus sistemas de enseñanza fueron selectivos y conservadores. Además de estar protegida por procedimientos estrictos de selección y enseñanza, la escritura fue rodeada por otras barreras que la convirtieron en un saber sagrado y esotérico. (Florescano; 1999, p. 227).

 

Si es que el poder del lenguaje y el lenguaje del poder en el mundo antiguo mesoamericano estuvo estrechamente vinculado, desde tiempos de los olmecas y toltecas, con el poder de la escritura que estuvo en manos de las autoridades administrativas, religiosas, militares y políticas; así como con la escritura del poder que fue plasmada en los códices o libros nativos, expresión documental concentrada en los amoxcalli, instituciones que debieron estar al servicio sistemático del Estado, es decir, al servicio de la institución política a la que se le atribuye comúnmente el surgimiento de la vida civilizada. De tal suerte que si la escritura fue en esos cuadrantes históricos el lenguaje del poder, el códice se debió convertir en el instrumento mediante el cual el temachtiani (maestro) y el tlamatini (sabio) lograron complementar la memoria educada para así transmitir los conocimientos de una generación a otra; para enseñar los mitos de la creación del cosmos, los cánones del pensamiento histórico, y la experiencia colectiva que apuntaba a conservar el saber necesario para sobrevivir.

 

 

Referencias

 

Florescano, Enrique. (1999). Memoria indígena. México: Taurus.

 

Gruzinski, Serge. (1991). La colonización de lo imaginario: sociedad indígenas y occidentalización en el México español siglos XVI-XVIII. México: Fondo de Cultura Económica.

 

León-Portilla, Miguel. (1980). Toltecáyotl: aspectos de la cultura náhuatl. México: Fondo de Cultura Económica.


   526 Leituras


Saiba Mais





Próximo Ítem

author image
LENGUAJE, EDUCACIÓN, PODER Y ESTADO: ESTRUCTURA IDEOLÓGICA PREHISPÁNICA II
Abril/2009

Ítem Anterior

author image
DOCUMENTACIÓN INDÍGENA PREHISPÁNICA, EDUCACIÓN Y ESTADO III
Fevereiro/2009



author image
FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.