BIBLIOTECAS, SOCIEDAD Y ESTADO


  • Relação entre as bibliotecas, as ações dos profissionais que nelas atuam e o estado.

LA RESPONSABILIDAD DE FOMENTO A LA LECTURA

La responsabilidad de fomento a la lectura del personal bibliotecario es correlativa a la responsabilidad de alfabetizar. Las actividades referentes al desarrollo de las colecciones y la gestión de servicios al público, que en el seno de las instituciones bibliotecarias se llevan acabo, son la base y la columna en que se apoya el compromiso de ayudar a promover la lectura entre los individuos y la comunidad. Es verdad, no solamente las bibliotecas tienen la encomienda de inducir el hábito de leer, pues las escuelas, las editoriales, las librerías, las ferias del libro, entre otras instancias de la cadena del libro, también pueden y deben colaborar a impulsar la lectura como práctica escolar, académica, científica y, por supuesto, ciudadana. 

Las bibliotecas, como instituciones sociales de lectura, no pueden ni deben renunciar a la responsabilidad de construir comunidades lectoras; a realizar actividades que permitan arraigar la práctica de la lectura como una habitual práctica social entre los individuos y los colectivos. En el marco de la sociedad de la información, leer es una necesidad social y política porque el acto de leer, como proceso cognitivo, es un acto de conocimiento creador que apunta hacia la lectura crítica de la sociedad y el Estado. En esto consiste en cierto modo “la importancia del acto de leer” (Freire, 1984: 107). Acto que se convierte en un paradigma del mundo escolar, académico, laboral; un acto necesario en la vida pública y privada (Rodríguez, 1995: 28).

Este cometido, desde el contexto bibliotecario, apunta a favorecer permanentemente el aprendizaje, el análisis, la reflexión, el conocimiento y la razón. El personal bibliotecario sin duda es un agente clave en relación con esta responsabilidad y no solamente el personal docente. No debemos perder de vista que el fomento a la lectura apoya la creación y el desarrollo de una sociedad informada y letrada. También esta responsabilidad, desde sus diferentes dimensiones, implica que el personal bibliotecario se mantenga atento a la generación de políticas públicas, programas, proyectos, campañas y actividades relacionadas con la lectura. El conocimiento sobre los planes nacionales de lectura en Iberoamérica (Peña e Isaza, 2005; Álvarez, 2014; Parra, 2017) es un referente básico para obtener un panorama general sobre las políticas públicas de lectura en diferentes países. 

Pero el acto de leer, como parte esencial de la educación formal e informal, presenta un doble perfil socio-político porque la lectura es: 1] un instrumento de sometimiento colectivo con el fin favorecer el control de los modelos dominantes, y 2] una herramienta que ayuda a conducir el sentido crítico de toda ciudadanía activa (Petit, 1998: 111-112). Por esto Michèle Petit afirma que “la lectura puede perturbar las formas de organización social en las que el grupo ejerce la primacía sobre el individuo, allí donde se cierran filas en torno de un patriarca o un líder” (2001: 58). Entonces el fomento a la lectura puede seguir dos caminos: 1] el referente a favorecer el status quo, y 2] el inherente a propiciar procesos de liberación. En razón de esto, la lectura no es neutra, como no son innocuos los libros y los centros bibliotecarios; tampoco es neutro el personal bibliotecario. De tal suerte que la práctica de la lectura no es solamente el pilar de la formación cultural de los pueblos, es también el cimiento para propiciar el diálogo intelectual, basado en el conocimiento y la razón, que apunte hacia el progreso, la innovación y la evolución de la sociedad. 

En un marco de vida democrática, el fomento a la lectura le otorga fuerza social y política a las instituciones bibliotecarias. Garantizar al pueblo el acceso a la cultura impresa, a la información documental, es contribuir a promover el acto de leer entre los diversos grupos sociales que constituyen el elemento humano del Estado, con particular énfasis entre las poblaciones marginadas y en situación de riesgo; es reivindicar la lectura como práctica no solamente escolar sino como práctica ciudadana, consecuentemente, como práctica a favor de la democracia, pues la lectura es uno de los principales atributos de una ciudadanía letrada e informada. Pensar así sugiere que la promoción de leer libros, revistas y periódicos permite formar ciudadanos con actitudes críticas y reflexivas; con comportamientos responsables ante la comunidad a la que pertenecen. De tal modo que, desde las postrimerías del siglo pasado, se aseveró que:

Leer no es una actividad anodina, un pasatiempo cualquiera. Sigue siendo hoy en día el primer instrumento de acceso al saber, a los conocimientos formalizados y a un mejor dominio del idioma, por lo que es capaz de modificar destinos profesionales y sociales. Pero la lectura también es un acto que compromete íntimamente a quien se dedica a ella: pues involucra la identidad y las formas de pertenencia a una comunidad (Petit, 1998: 111). 

La misión de avivar el gusto por la lectura, respecto a todos los grupos sociales, exige pensar en bibliotecas accesibles, es decir, en hacer realidad el principio de accesibilidad en materia de libros, impresos y electrónicos. Pero no solamente libros, también revistas, periódicos, entre otros tipos de documentos. El fomento a la lectura, con base en el trabajo bibliotecario, requiere conocer tanto el diseño como la ejecución de políticas nacionales de lectura, así como analizar las buenas prácticas en torno a los programas y proyectos de lectura en silencio y en voz alta, individual y colectiva. 

El personal bibliotecario, “para cumplir con su misión de «hacer leer»” (Poulain, 2004: 18), no solamente debe preocuparse por la cantidad de lectores, sino también por la calidad de lecturas. La cantidad infiere tamaño, número o proporción de la comunidad a quien va dirigido el proyecto de fomento a la lectura; la calidad denota cualidad, naturaleza o atributo de los acervos que en la biblioteca se ponen a disposición a través de los servicios que gestiona aquel para tal propósito. Asimismo, es indispensable reflexionar tanto en la calidad de los lectores como en la cantidad de lecturas. Pensar en categorías como iletrados, no lectores, lectores poco frecuentes, lectores asiduos, lectores notables, lectores letrados, hasta alcanzar el nivel de lectores profesionales, significa considerar 1] la cantidad-calidad de los materiales de lectura, los cuales comprenden desde los simples hasta los complejos; y 2] calidad-cantidad de la comunidad lectora, cuyos miembros transitan de la no lectura o lectura desordenada hacia la lectura habitual y metódica. Tomando en cuenta que: “La lectura no es una práctica lineal, sino que puede abandonarse y retomarse a lo largo de la vida” (Poulain, 2004: 35). 

Si es verdad que a los gobiernos les interesa aumentar los índices de lectura en las poblaciones de sus respectivos países, entonces es necesario pensar en la lectura como un asunto de interés público, como una política pública, como una política de Estado, como debe ser también el tema concerniente a contar con un efectivo sistema bibliotecario nacional. Esto supone crear y desarrollar más y mejores bibliotecas en el contexto de una política nacional de lectura. La relevancia de la relación «biblioteca y lectura» es que tanto la institución como el acto tienen como objetivo responsable el de contribuir a construir comunidad. 

El concepto de política nacional de lectura debe cobrar particular potencial en los planes de gestión de los servicios bibliotecarios y de información, particularmente los que desarrollan las bibliotecas públicas, escolares y académicas, sin olvidar las bibliotecas nacionales. Por ende, la lectura debe continuar siendo un gran tema de interés en los diversos entornos culturales, entre ellos los de carácter bibliotecario. La responsabilidad relacionada con la práctica de la lectura se apuntala en situaciones que gravitan en relación con la inclusión social, el desarrollo económico y la participación política. En esta tesitura, el personal bibliotecario debe tener claro que la promoción de la lectura, a través de las colecciones que desarrolla, organiza y difunde para la gestión de una gama de servicios, tiende a formar una ciudadanía por oficio, estos es, informada, crítica, consciente y activa. 

Fomentar el valor social del libro, realizar actividades para promover hábitos de lectura, mejorar las bibliotecas como instituciones activas de prácticas lectoras, gestionar formas de pleno acceso al libro, son algunos temas que el personal bibliotecario debe tener en cuenta con respecto a su responsabilidad de fomentar la lectura entre los diversos grupos que conforman la sociedad. Pues si bien para algunos profesionales de la bibliotecología, biblioteconomía y ciencia de la información la lectura convencional está en riesgo de extinción desde tiempos que comenzó a vaticinarse el pronóstico lancasteriano de la sociedad sin papel, “para los sociólogos, la lectura no está amenazada ni en vías de desaparición” (Poulain, 2004: 27), como se afirma para el caso de Francia. Lo mismo se puede aseverar para otras latitudes en relación con el presagio que se ha hecho en torno a los libros impresos y las bibliotecas tradicionales, con particular énfasis a partir de las postrimerías del siglo XX. 

La crisis social en relación con los que auguran la inestabilidad del libro, el ocaso de la biblioteca, el óbito de la lectura, el aumento del iletrismo y el quebranto del pensamiento, contrasta con la responsabilidad bibliotecaria de «hacer leer» a individuos y grupos en un mundo en donde el fomento a la lectura es la plataforma básica en el seno de la sociedad del conocimiento. Consecuentemente, tanto la no lectura como la lectura continuarán siendo temas de estudio y análisis, así como de “discursos públicos en el más alto nivel político” (Poulain, 2004: 37). Esto es así porque el fomento a la lectura es también un cometido de naturaleza política entre los funcionarios públicos que conforman la plana mayor de los ministerios de educación y cultura del Estado democrático y republicano de derecho. 

Por otra parte, el personal bibliotecario no debe perder de vista el papel reparador de la lectura entre aquellas comunidades que se encuentran en estado de vulnerabilidad. Las bibliotecas públicas en algunos países, principalmente del hemisferio norte se han desatacado, por ejemplo, en brindar desde hace tiempo servicios de biblioteca a domicilio para personas incapaces de salir de la casa debido a una enfermedad o vejez. Pero también el personal que labora en bibliotecas especiales ha estado sobresaliendo al respecto, entre las que cabe mencionar aquellas bibliotecas que pertenecen a sistemas hospitalarios (Ryder, 1987) y penitenciarios (Clark y MacCreaigh, 2006). Se sabe que en los entornos de las bibliotecas de hospital, la práctica de la lectura adquiere un valor terapéutico de gran relevancia tanto para los enfermos como para sus familiares que se hallan en un contexto de sufrimiento intenso y prolongado. Los métodos y las técnicas de la terapia de lectura o biblioterapia en los entornos clínicos de los hospitales psiquiátricos pueden ayudar, en un ámbito de oportunidades y desafíos para el personal bibliotecario que gestiona servicios para personas con enfermedades mentales (Strong, 1987: 160), a impulsar la lectura para favorecer la salud mental de los individuos. En el medio donde las personas están privadas de la libertad, el factor curativo o de rehabilitación a través de la lectura es una posibilidad auxiliar decisiva para ayudar a paliar el encierro y recuperar así fuerzas emotivas que exige llevar a cuestas el proceso penal.

Como se puede inferir, la responsabilidad de fomento a la lectura por parte del personal bibliotecario se relaciona estrechamente también con los temas de «bibliotecas y justicia social» y «bibliotecas e inclusión». 

 

Referencias

Álvarez Zapata, D. (2014). Una región de lectores que crece: análisis comparado de planes nacionales de lectura en Iberoamérica 2013. Bogotá, Colombia: CERLALC-UNESCO. 

Clark, S., MacCreaigh, E. (2006). Library services to the incarcerated: applying model in correctional facility libraries. Westport, Connecticut: Libraries Unlimited. 

Freire, Paulo. (1984). La importancia de leer y el proceso de liberación. México: Siglo XXI Editores. 

Parra, S. (2017). Planes nacionales de lectura en Iberoamérica 2017: objetivos, logros y dificultades. Bogotá, Colombia: Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe.

Peña, L. B., Isaza, B. H. (2005). Una región de lectores: análisis comparado de planes nacionales de lectura en Iberoamérica. Colombia: Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe: Organización de Estados Americanos.

Petit, M. (1998). ¿Cómo pueden contribuir las bibliotecas y la lectura a luchar contra la exclusión? En ¿Dónde están los lectores? La contribución de la biblioteca pública a los procesos de exclusión. 5as. Jornadas de Bibliotecas Infantiles y Escolares. Salamanca, España: Fundación Germán Sánchez Ruiperez. 

Petit, M. (2001). Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México Fondo de Cultura Económica.

Poulain, M. (2004). Entre preocupaciones sociales e investigación científica: el desarrollo de las sociologías de la lectura en Francia en el siglo XX. En B. Lahire, comp. Sociología de la lectura (pp. 17-57). Barcelona, España: Gedisa Editorial. 

Rodríguez, P. G. (1995). ¿Política nacional de lectura? Meditación en torno a sus límites y condicionamientos. Revista Latinoamericana de Estudios Educativos. 25 (3), 25-53

Ryder, J. (Ed.) (1987). Libraries services to housebound people. London: The Library Association. 

Strong, D. (1987). Services to people with mental handicaps. En J. Ryder, ed. Libraries services to housebound people (pp. 160-184. London: The Library Association. 


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FELIPE MENESES TELLO

Cursó la Licenciatura en Bibliotecología y la Maestría en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información por la (UNAM). Actualmente es profesor definitivo de asignatura en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM. En la licenciatura imparte las cátedras «Fundamentos de Servicios de Información« y «Servicios Bibliotecarios y de Información» con una perspectiva social y política. Asimismo, imparte en el programa de la Maestría en Bibliotecología y Estudios de la Información de esa facultad el seminario «Servicios Bibliotecarios para Comunidades Multiculturales». Es coordinador de la Biblioteca del Instituto de Matemáticas de esa universidad y fundador del Círculo de Estudios sobre Bibliotecología Política y Social (2000-2008) y fue responsable del Correo BiblioPolítico que publicó en varias listas de discusión entre 2000-2010. Creó y administra la página «Ateneo de Bibliotecología Social y Política» en Facebook.